Todavía hay quienes frente a una estafa, le dicen al pobre damnificado: “¡Y qué querés! ¡Te vendieron un buzón!”. Pero… ¿sabés de dónde proviene el dicho?
Créase o no, y gracias a la sempiterna “viveza criolla”, en la primera mitad del siglo 20, hubo vivos que le vendían buzones a distraídos, generalmente inmigrantes o personas del interior del país que llegaban a Buenos Aires en busca de oportunidades. ¿Cómo hacían?
Simple: un sujeto se paraba al lado de un buzón y un cómplice se acercaba y antes de introducir una carta, le entregaba dinero. La situación se repetía una y otra vez, hasta que algún incauto se acercaba. El diálogo podría ser más o menos como el que sigue:
-Perdón, caballero. ¿Usted cobra por cada carta que meten en el buzón?
-¡Por supuesto! Si el buzón es mío…
-¡Ah! ¿Y cómo se compran?
-Mire, amigo. Ya que me lo pregunta, le cuento que tengo varios en toda la ciudad y no tengo tiempo para atenderlos como es debido. De hecho, este está en venta. ¿Le interesa?
¡Listo! El pobre iluso llegaba rápidamente a un arreglo económico, se le entregaba un certificado de propiedad apócrifo y el estafador desaparecía.
¿Se imaginan las reacciones de la gente cuando se acercaba al buzón y el pobre fulano pretendía cobrarles?